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lunes, 23 de junio de 2014

Juan Ramón Barat: “La literatura hispanoamericana es un árbol que está dando frutos continuamente"

Me dijeron con justa razón que entrevistar al escritor Juan Ramón Barat no tenía pierde, y que iba a aprender… y  claro que lo hice, y mucho. Hemos charlado de todo un poco, y con esa sencillez y honestidad que lo caracteriza, como dicen en mi tierra, se ha despachado a gusto dando sus puntos de vista sobre temas tan disímiles como el futuro de la poesía, su complicado rol de docente, dónde radica la belleza y hasta la seducción de la cocina.
Les invito a conocerlo, y si ya le conocen, pues aprendamos juntos un poquito más de este magnífico autor que acaba de alzarse con el premio Hache 2014 por su novela  Deja en paz a los muertos.

¿De dónde viene su predisposición a la escritura? ¿Estuvo con usted siempre o se dieron las condiciones para que fuese así?

Desde niño aprendió a amar la naturaleza
en estado puro 
Fue mi madre la que, sin ella saberlo, sembró para siempre en mi alma el amor por la literatura. Nunca olvidaré aquellas tardes junto al brasero, detrás de la puerta con cristales, mientras caía la lluvia sobre la plaza donde creció mi infancia. Vivíamos en una casa campesina y pobre de un pueblo de la huerta. Nos envolvía un olor de naranjas y de hierba recién cortada, de paja seca y estiércol de vacas. Mi madre cosía y yo escuchaba embelesado aquella tierna voz suya que me narraba lejanísimas e inolvidables historias de hadas, duendes, brujas y príncipes encantados que jamás han dejado de circular por mi corazón.
Mi madre, además, fue mi primera maestra. En el pueblo campesino donde vivíamos no había escuela de párvulos. Mi madre se ofreció para recoger a todos los niños de tres, cuatro, cinco años, a quienes enseñaba catecismo, canciones, juegos, narraciones…
Luego fui a la escuela unitaria del pueblo con un maestro nacional. Allí nos juntábamos niños de seis a diez años. Me encantaba el olor de los pupitres, la tiza, la pizarra, los estuches, los lápices… Pero sobre todos esos olores, destacaba el de los libros. Para mí, los libros tenían un olor fascinante. Y también me apasionaban las ilustraciones, los colores, los dibujos…
Yo creo que mi amor a los libros comenzó a gestarse con la lectura de tebeos y el ambiente de aquella escuela unitaria de la infancia rural. Más tarde, empecé a escribir versos en mi adolescencia, para ligar con las chavalas del instituto, pero con los años descubrí que las palabras me servían también para expresar todo lo que sentía, pensaba o deseaba.

¿Qué tanto aporta la vida rural al alma sensible de un escritor? ¿Cuán diferente sería su trabajo literario si no hubiese nacido y crecido rodeado por la naturaleza?

Yo nací en una aldea de la huerta valenciana. Vivía entre labriegos, aperos de labranza, vacas, olores de establo… Desde que tengo uso de razón, iba a la huerta con mis padres, a trabajar. Cultivábamos patatas, cebollas, todo tipo de hortalizas, y aquel ambiente iba moldeando mi alma. Gente pobre, años de miseria. Frío y lluvia en invierno. Verdor intenso en primavera. Veranos interminables. Sin darme cuenta, crecí enamorado de aquella vida campesina. Aprendí a amar la naturaleza en estado puro, a ver germinar las semillas, crecer las plantas, florecer los frutos. Aprendí a amar el ciclo de las estaciones en los árboles, las flores, la vegetación y los animales. Creo que en ese sentido, me parezco un poco a Miguel Hernández. Sin toda esa formación, yo no sería el  mismo, seguro.

Una de sus importantes obras
poéticas
¿Se puede decir que es más poeta que narrador? ¿En qué momento es más uno que lo otro?

Yo empecé con la poesía. Me gustaban los poemas de Juan Ramón Jiménez, Machado, Bécquer… que leía en los libros de texto. Luego llegaron Hernández, García Lorca y Neruda. Luego, otros. En mi adolescencia conocí los poemas de estos poetas, cantados por Serrat, por Víctor Jara, por Jarcha, por Alberto Cortez… y me enamoré perdidamente de la poesía. Reconozco que el poeta que me deslumbró definitivamente fue Miguel Hernández y yo tenía unos 20 años. Aquello fue un latigazo eléctrico. “De sangre en sangre vengo / como el mar de ola en ola, / de color de amapola el alma tengo / y llego de amapola en amapola / a dar en la cornada de mi sino”.
Empecé a publicar en la Universidad, unos versos. Luego, mi primer libro con 28 años. Y después, silencio hasta los 40 años, en que empecé a ganar premios de poesía: Torrevieja, Ateneo Jovellanos, Leonor de Soria, etc. Eran años buenos, años de frenesí poético; todo lo que tocaba lo convertía en materia lírica. Después me pasé al teatro y a la novela, porque también eran géneros que me habían atraído desde siempre. Fue difícil dar el paso, ya que cada género tiene sus reglas y su estética. Pero con trabajo e ilusión todo se consigue. Ahora mismo no sé qué soy: poeta, dramaturgo o narrador. Todo me gusta.

¿Cuándo sabe que es el momento de darle protagonismo a la poesía o a la narración? ¿A través de qué ideas o emociones se guía?

Es difícil decidir el formato a priori. Normalmente, trabajo con cierta disciplina. Tengo un archivo enorme en el que guardo carpetas con ideas: ideas para desarrollar en novelas, en teatro, en verso… Cuando decido empezar un proyecto, elijo el formato (verso, teatro, prosa) y me marco plazos de trabajo. Luego, voy como una máquina. Creo que el escritor debe ser disciplinado y serio en su trabajo. Todos los días, de cara al papel en blanco. Como un oficinista. Si decido escribir una novela, por ejemplo, me digo que tengo que escribir un número determinado de páginas por día. Pongamos, tres páginas. Así que al cabo del mes he de tener escritas 90 páginas. Al cabo de dos meses, 180 páginas. Luego habrá que corregir, por supuesto. Y en la corrección me tiro dos meses más. Si decido escribir un libro de poesía, hago más o menos lo mismo. Me planteo escribir todos los días un par de poemas. Al cabo del mes, debo haber reunido 60 poemas. Por descontado, hay que revisar y trabajar esos poemas.
La gente suele creer que el escritor debe escribir sólo cuando está inspirado. Craso error. El escritor debe escribir a todas horas. Es su trabajo. Lo que sucede es que hay días que está más inspirado que otros. Pero eso se subsana con técnica, oficio, esfuerzo y, sobre todo, ganas de hacer las cosas bien.
Las ideas y emociones surgen solas, a medida que uno va escribiendo. Dicho de otro modo, cuando uno se pone a escribir, tira mano de lo que hay en su cabeza, en su alma, en su interior. Tira mano de sus emociones, de sus tristezas y alegrías, de sus fobias y sus esperanzas. Ese mundo interior sale antes o después. Sólo hay que empezar a tirar del hilo.


Sus libros forman una crónica de sus existencia,
asegura
¿Cómo ha sido su evolución literaria? ¿Qué queda del escritor de sus primeros libros?

Por fortuna, empecé a escribir a los 40 años. Ya he dicho que publiqué algo en la Universidad, unos versos, y un primer libro de poesía con 28 años, del que no queda casi constancia. Pero mi obra real comienza ya en la madurez, así que no me arrepiento de nada. Antes de empezar a publicar en serio, había escrito y tirado a la basura kilos y kilos de poemas y de narraciones. Lo único que queda de aquel joven soñador de mi adolescencia es el espíritu, la mirada inocente, la ilusión, la misma perplejidad para contemplar el mundo.

Hay algunos escritores que no les gusta leer sus libros después de publicados, ¿usted vuelve a ellos en algún momento?

A mí me encanta releer mis libros. Es como releer mi propia historia. Cada libro encierra un tiempo de mi vida, inolvidable. Así que cuando releo uno de mis libros, vuelvo a la época en la que experimenté esas sensaciones. Es maravilloso. De alguna manera, los libros forman como una crónica de mi existencia. En ellos quedan reflejados todos mis sentimientos, lo que fui, lo que quise ser, lo que soñé, lo que perdí para siempre.

¿Cómo avizora el futuro de la poesía?  ¿Seguirá gustando solo a unos pocos?

Siempre han sido malos tiempos para la lírica. En la época de Horacio, en la de Garcilaso, en la de Bécquer, en la de Machado… La gente que lee poesía es muy poca, pero forma una cadena que jamás se perderá. La poesía es la primera manifestación artística del ser humano. Es tan primitiva como el respirar. Con la poesía, nuestros antepasados más primarios cantaban, celebraban, rezaban, se emocionaban… Hoy en día, cuando sucede algo importante (un atentado, una muerte, una despedida, un reencuentro, una onomástica…) los seres humanos recurren a los versos.
Bécquer decía que la poesía es “espíritu sin nombre, / indefinible esencia”. Es decir, jurisdicción del alma. Misterio puro. Tal vez esa vibración interior que todo hombre experimenta cuando se sabe solo frente a la belleza. O frente a sí mismo.
Pero, seguramente, hay más. Antonio Machado nos trataba de convencer de que la poesía es “palabra en el tiempo”. Palabra que perdura en la conciencia viva de los hombres, que atraviesa la tupida red de la memoria colectiva y permanece.
Lo que parece claro es que la creación poética es una actividad inherente al ser humano, pues está presente en cualquier cultura y civilización. Tal vez, precisamente, porque es indefinible y misteriosa, y parece poseer los secretos resortes de la magia, la palabra poética tiene talante de oración, de sortilegio o de conjuro. De alguna forma penetra en el territorio de lo inmaterial, de lo sagrado y queda emparentada con la eternidad.
No. Definitivamente, la poesía jamás morirá.

Le encanta releer sus libros 
¿Hay algún componente literario en el trabajo de campo y la práctica del fútbol? ¿Puede haber belleza, arte y poesía en nuestras labores cotidianas o aficiones?

Por supuesto que puede haber belleza y arte en todo lo que nos rodea. En la huerta, en el deporte, en un coche, en un perro… La belleza y el arte están en todas partes. Yo lo tengo clarísimo. He escrito poemas a un melón, a una cebolla, a una gallina, a un balón, etc. ¿Por qué no? ¿Cuál es el límite que separa lo bello de lo no bello? Tengamos en cuenta que estamos hablando de abstracciones. Lo que para uno es belleza tal vez no lo sea para otro. A mí me gusta la música de Mozart. Otro puede odiarla. Alguien dice que le encanta contemplar un campo de amapolas. A otro le puede emocionar ver un campo de patatas. ¿Qué diferencia hay entre Mozart y Bruce Springsteen? ¿Qué diferencia hay entre un campo de amapolas y un campo de patatas? ¿Por qué es poética una luciérnaga y no una lombriz? Todo es subjetivo. Además, lo artístico y bello en una época puede no serlo en otra. Ya sabemos que los patrones cambian. En la moda, en el cine, en la música, en pintura, en gastronomía…
Dicho lo cual, a mí me parece que es tan bella una rosa como una alcachofa. Y tan emocionante y artístico (o tan aburrido) puede ser El lago de los cisnes como un partido de fútbol.

¿Cómo afronta sus labores de docente? ¿Es cierto que la gente joven hoy en día es renuente a aprender, a dejarse guiar?  ¿Cuánta sensibilidad para el arte o literatura detecta en ellos?

Mis labores como docente las afronto como puedo. O sea, no muy bien. Es cierto que comencé a ejercer la docencia por vocación. Siempre me ha gustado enseñar literatura y gramática. Y ha habido años buenos. Generaciones de jóvenes estupendos, con ganas de aprender. Pero los años cambian. Y nosotros, también. A medida que pasan los años, percibo un deterioro progresivo en la educación, en los modales, en los comportamientos de los jóvenes. La educación en España está tocando fondo. Ya no se puede caer más bajo. En las aulas españolas hay cientos de alumnos analfabetos funcionales. Niños de 14 y 15 años que leen silabeando, tropezando con las letras y las comas, que no entienden lo que leen. Que no saben sumar y restar. Y hay muchos chicos así. ¿Qué está pasando? Miremos el informe PISA. Somos los últimos.
Además, por si fuera poco, cada vez hay menos modales. Muchos chicos no tienen nociones de civismo. No respetan nada. No valoran nada. Algunos son violentos. No hay interés real por el conocimiento, por el saber, por adquirir cultura. La sabiduría es una milonga. Los medios de comunicación, la sociedad, el entorno, no paran de dar el mismo mensaje: no hace falta esfuerzo ni estudio para labrarse un porvenir: la cultura no sirve para nada.
La mayoría de los jóvenes estudiantes no leen un libro aunque los amenacen con la horca. Así las cosas, ¿cómo puede uno tener ilusión por la enseñanza?
En clave de humor, digo a menudo que muchos jóvenes de hoy pueden aplicarse la famosa frase que decía: “La sabiduría me persigue, pero yo corro más que ella”.

Ve arte y belleza en muchos aspectos de la vida
Usted que es amante de los escritores clásicos greco-latinos y españoles, y retorna a ellos una y otra vez, ¿cómo ve la literatura actual hispanoamericana?  ¿Hay escritores nuevos que perdurarán  o son muchos los que pasaran al olvido?

Creo que los clásicos son fundamentales y hay que regresar a ellos permanentemente. No se puede ser escritor sin haber leído a Cervantes, a Shakespeare, a Virgilio, a Garcilaso, a Unamuno, a Tolstoi… La literatura hispanoamericana está llena de nombres inolvidables. Citar algunos sería menospreciar a otros. Pero, a pesar de eso, hay autores ya clásicos: García Márquez, Rulfo, Carpentier, Rubén Darío, Neruda, Borges… Hay cientos de escritores nuevos, buenísimos, que se convertirán en clásicos, sin duda. La literatura hispanoamericana es un árbol que está dando frutos continuamente, frutos muy jugosos. Hoy en día, como siempre. Y permítanme que no diga nombres actuales porque son muchos y muy buenos, y no me gusta dejar a nadie en el tintero.

¿Qué opina de los best sellers y los escritores mediáticos? ¿Hay calidad o simplemente son producto del momento?

Los best sellers y los escritores mediáticos son producto del momento. Estoy convencido de que si José Mourinho publicara un libro de sonetos se hincharía a vender ejemplares. Es evidente. Las editoriales, en líneas generales, sólo van a ganar pasta. Y cada vez les interesa menos la buena literatura. Siento ser duro, pero es así. Es un poco vergonzoso que el libro de Belén Esteban sea uno de los más vendidos. Para empezar, estoy seguro de que no lo ha escrito ella. Y, además, no creo que esa señora tenga nada interesante que contar. Ni siquiera sabe expresarse. ¿Es lo que pide el pueblo? ¿Las editoriales le dan al pueblo lo que el pueblo reclama? Pues démosle carnaza, para que muerda. No estoy de acuerdo en absoluto. El pueblo lee y valora lo que le dan. Pero igual que le dan lo de Belén Esteban le podía dar algo con mayor calidad. Hay cientos de escritores buenísimos y desconocidos, llamando a las puertas de las editoriales, y recibiendo portazos en las narices, sonrisas despectivas y frases como “Vuelva usted mañana”.
También digo que hay best sellers que están bien escritos y que son literatura agradable de leer. ¿Se puede, pues, combinar calidad y cantidad? Creo que sí. La literatura también puede servir para pasar un buen rato, pero hay que saber hacerlo. Y los buenos escritores existen. Hay libros que leen millones de personas, es decir, best sellers, y que son buenas novelas. Por ejemplo, Los pilares de la tierra.

El autor sostiene que el escritor debe escribir
a todas horas
En medio de esta avalancha de escritores y libros que tienen bien montada su campaña de publicidad, ¿qué oportunidades de dar a conocer su trabajo observa en el escritor que se ha autopublicado o pertenece a una editorial pequeña, y carece o tiene muy pocas herramientas de promoción o difusión?

Vivimos tiempos malos para la literatura. Las pequeñas y medianas editoriales están siendo absorbidas por los grandes grupos. Ahora mismo, todo está en manos de dos monstruos: Planeta y Randolph House Mondadori. Ahí dentro están Alfaguara, Anagrama, Tusquets, etc. Imagínese el lector en qué oligopolio nos estamos metiendo. Estos dos monstruos editoriales van a hacer lo que les dé la gana. Ocupan las librerías, las grandes superficies, los Carrefour, las FNAC, el Corte Inglés, las Ferias del Libro, etc. ¿Lo van entendiendo?
¿Qué les va a quedar a las pequeñas editoriales o a los libros autopublicados? Prácticamente nada. Migajas del pastel. Hambre y miseria. Hay libros estupendos que jamás estarán en los expositores de la Casa del Libro o del Corte Inglés. En cambio, hay bazofias, a montones, en pilas interminables, de autores y novelas mediocres y mal escritas, con el sello de Planeta, ocupando estanterías enteras…
Esto lo vemos, por ejemplo, en los premios. ¿Qué ingenuo se cree que los premios Planeta, Nadal, Herralde, Primavera, Loewe… son justos y legales? No se lo cree ni el que asó la manteca. Está todo podrido. Y el pueblo tragando…

En su caso, ¿cómo distribuye su tiempo para participar en talleres, tertulias, conferencias, presentaciones, cursos, congresos, recitales, lecturas, etc.? ¿Estas actividades forman parte de su trabajo literario como tal, o lo hace porque le place? ¿Qué pensamientos o emociones despiertan en usted cuando aprecia alguna puesta en escena de sus obras? 

El tiempo es oro. Esta frase es una de mis favoritas. Trato de aprovechar al máximo mi tiempo. Me levanto pronto, madrugo, me pongo a escribir. Durante el día no pierdo tiempo en nada. La tele la veo lo mínimo, las noticias mientras como o ceno. El resto del tiempo, leer o escribir, estar con la familia… Compaginar talleres, tertulias, charlas en centros escolares y acto de creación es llevadero, lo hago con mucho gusto. Voy allá donde me llaman. Suelo ir a muchos institutos y colegios, donde leen mis libros, pero eso me carga las pilas. Ver cientos de niños y jóvenes que admiran lo que haces y valoran tus historias es maravilloso.
Cuando veo que alguien pone en escena una obra teatral mía me siento como en una nube. Muy feliz. Sobre todo, cuando son los niños. Eso me anima a seguir trabajando, con más ilusión.

Trata de aprovechar su tiempo al máximo. 
¿La música es una buena acompañante a la hora de escribir? A usted que le gusta la de tipo clásico, ¿quizá le ayuda a tomar contacto sus ideas y  emociones?

Me gusta la música clásica, sí. Mucho. Entre mis favoritos están Mozart, Bach y Puccini. También me gustan el jazz, las bandas sonoras de cine, la música suave y melódica ambiental… Cualquier música no estridente me suele servir para relajarme y ambientarme. Lo que sucede es que a mi mujer le molesta trabajar con música, así que tengo que moderarme. De todos modos, cuando estoy componiendo algo (novela, poesía…) prefiero el silencio. Sólo en el silencio se oye uno a sí mismo.

Otra de sus aficiones es la cocina, ¿quién le enseñó a cocinar y cuáles son sus especialidades?  ¿La cocina es magia o poesía?

La cocina es una de mis aficiones, sí. Me encanta experimentar. He aprendido de mucha gente. Mi madre, mi abuela, mi hermana, mi mujer, mi suegra… No me importa inventar sobre la marcha. Creo que en general los hombres somos muy poco imaginativos. Comemos siempre lo mismo.
Para mí, la cocina es un mundo de sorpresas, algo así como un bosque donde puede pasar cualquier cosa. No tengo problemas en combinar los alimentos más diversos. Por ejemplo, me encantan las ensaladas con frutas, membrillo, atún, nueces, lechuga, tomates, huevos, salmón, queso, mermelada… Todo junto… Está genial.
Como he viajado bastante, me he dado cuenta de que todos tenemos prejuicios. Por ejemplo, en Valencia solo se comen la naranja cruda en el postre. Pues ya la pongo en la ensalada, la combino con la cebolla, la hago con cerdo, con pollo, con conejo, con salmón… El dulce y el salado no son sabores contrarios, sino complementarios. Si nos gusta el melón con jamón o el pato a la  naranja, ¿por qué no nos puede gustar la berenjena con chocolate, o el pollo con manzana, o el arroz con ciruelas? Yo aseguro desde aquí que todo eso está estupendo… No hay más que probar.
Y visto así, es evidente que la cocina es lo mismo que la poesía. Todo vale. Todo es posible. Hay que experimentar. Hay que usar la imaginación. Un buen cocinero no ha de tener prejuicios. Ha de ser creativo. Como un buen poeta.

Manifiesta que en la poesía
todo es posible 
Usted es un escritor que ha sido galardonado un sinnúmero de veces, ¿cómo asume estas distinciones?  ¿Cuál es el mensaje de un premio?

Los premios literarios, cuando son justos y legales, son un estímulo para el escritor. Es mi caso. Puedo jurar solemnemente que todos mis premios son limpios. Lo digo porque estamos en un país de ‘chorizos’ (ladrones)  y también en los premios hay a veces mucha corrupción, aunque esto se da normalmente en los premios gordos (Planeta, Nadal, Loewe…). Los premios de segunda fila suelen ser limpios. Como decía, ganar un premio al que se presentan muchas personas de diferentes países supone un aliciente impresionante. Te sientes feliz. Sabes que estás en el buen camino. Sabes que lo que escribes está bien. Te carga las pilas. Crees en tu trabajo. Pienso que estos premios son fundamentales. Además, vienen bien para descubrir a muchos escritores buenos que de otra manera no sabrían cómo publicar sus obras. Muchos escritores –es mi caso- hemos empezado a publicar gracias a premios.

Acaba de conseguir el Premio Hache 2014 por su novela Deja en paz a los muertos, y tenemos entendido que el premio ha sido otorgado por mil 700 jóvenes lectores, cuyas edades oscilan entre los 12 y los 14 años, esto nos señala cuánta sintonía existe entre los jóvenes y usted, ¿a qué atribuye este éxito?  ¿Le sorprendió este reconocimiento?

Un éxito como el Premio Hache siempre es motivo de regocijo. Claro que sorprende un premio así. Son los propios lectores los que dicen: “Tu libro es el mejor”. Ahí sí que no hay ninguna trampa. Es lo más limpio del mundo. He ganado con el 63 por ciento de los votos. Ahí es nada. Me siento como un niño con zapatitos nuevos. Ahora mismo tengo energía para escribir dos años sin parar…

¿Ser poeta  es una misión o un destino?

Es la pregunta más difícil y más hermosa que me han hecho jamás. Tengo que pensarlo. Creo que ser poeta es un destino. Uno nace con una predisposición: para la música, para la pintura, para criar abejas, para hacer zapatos, para arreglar tuberías… Cada uno debe averiguar cuáles son sus aptitudes. Creo que ser poeta es un destino muy hermoso. Lo creo porque la palabra escrita permanece y el poeta deja constancia de lo que realmente interesa al ser humano: el mundo de los sueños, de las emociones, de los pensamientos. Lo que transmitimos de padres a hijos. De generación en generación.
Bardos, aedos, rapsodas, juglares, trovadores, cantautores. Los poetas suelen caminar extraviados en este mundo frívolo y mezquino donde todo es verdad y todo es mentira, bordean el bullicio y la barbarie, y el norte que persiguen es siempre la luz. Escriben versos para evitar la soledad, para burlar todos los días la locura de vivir en el vacío de la historia y perpetuar el pensamiento y la emoción más allá de su efímera existencia.
Seguramente, nada hay más profundo ni más hermoso para el hombre.


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